Caloría, es una palabra que hoy se asocia al ámbito de la nutrición. Al hablar de bajas calorías inmediatamente uno asocia la expresión al cuidado del cuerpo, a la noción de algo saludable. Este es otro de los trabajos que la industria a través de los nutricionistas modernos y la publicidad han hecho casi a la perfección y ha calado hondo en nuestro inconsciente.
Este enfoque es como mínimo, unidimensional y reduccionista y debe ser urgentemente revisado, hay demasiados estudios y evidencias del daño que ha ocasionado lo "diet" en las últimas décadas a la salud de la población.
La estrella, el producto paradigmático de la alimentación dietética es hoy el aspartamo, marca registrada de Monsanto.
EDULCORANTES
Engañando al cuerpo
Así como se busca “emparchar” las carencias que genera la refinación con agregados, con los edulcorantes no calóricos se busca “remendar” el desorden generado por la avalancha de azúcar en sangre. El mensaje suena atractivo: reemplace azúcar por edulcorante y problema resuelto. Fácil para el consumidor y lucrativo para la industria del “diet”. Pero la realidad no es tan simple.
En primer lugar, se generaron endulzantes de síntesis química, de probado efecto tóxico. Nuestro Código Alimentario autoriza el uso de sacarina, ciclamato y aspartame. Sobre este último existen infinidad de estudios que demuestran su toxicidad [1]. Sobre el ciclamato, sus probados efectos cancerígenos han generado su prohibición en países del primer mundo, como Estados Unidos. También la sacarina ha sido prohibida en países como Francia y Canadá.
Más allá de los efectos cancerígenos y neurológicos, otro “problema” de los edulcorantes sintéticos es que son más baratos que el azúcar y por tanto se utilizan a destajo por una cuestión de menor costo final. Esto expone a grandes grupos de consumidores (cuidadosos de su salud o incautos) a la ingesta de altas cantidades (“total es light”) de innecesarias sustancias ensuciantes. Este riesgo se magnifica en los niños, quienes por su menor masa corporal, arriban con mayor rapidez a los umbrales de toxicidad.
Aparentemente todo estaba resuelto con la “aparición” de un edulcorante vegetal: la yerba dulce (stevia rebaudiana) que los indígenas guaraníes recolectaban en el monte. En este caso, si bien surgieron las clásicas refinaciones para disponer solamente del principio endulzante puro (esteviósido), es posible acceder a sus formas más naturales (hierba, extractos integrales).
Sin embargo, sintéticos, refinados o naturales, los edulcorantes no calóricos, como los define la ley, comparten una característica: “engañan” al cuerpo. Al aparecer el sabor dulce, el organismo pone en marcha una serie de mecanismos [2] de preparación para metabolizar los azúcares que se avecinan (secreción de mensajeros y hormonas, como la insulina).
Pero luego del sabor dulce, los carbohidratos no llegan y el circuito queda trabajando en vacío, con el consiguiente daño para el cuerpo. La insulina circulante en sangre actúa sobre el habitual azúcar de reserva, generando hipoglucemia y el consecuente “apetito”. O sea que lejos de resolver el problema, los edulcorantes aumentan la toxemia, la ansiedad… y la obesidad!!!
No por caso los pragmáticos criadores alemanes de cerdos usan la sacarina como agente de engorde, por su efecto obesogénico. Un reciente estudio estadounidense [3] demostró que la ingesta cotidiana de gaseosas “diet” incrementan un 67% el riesgo de desarrollar diabetes tipo II (de adulto) y generan otras alteraciones metabólicas.
Y no olvidemos la masiva exposición a estos compuestos. Recientemente una investigación de la Charité Universitätsmedizin de Berlín, alertó sobre los problemas del edulcorante sorbitol (E420), muy usado en golosinas y alimentos dietéticos [4]. El sorbitol se absorbe muy mal en el intestino. Cantidades relativamente pequeñas (4 chicles lights) causan síntomas gastrointestinales como gases, hinchazón y calambres intestinales, en función de la cantidad ingerida. Dosis más altas pueden causar diarrea osmótica… casi nada, comparado con los efectos del ciclamato o el aspartame…
"Me cuido, tomo edulcorantes"
Hemos visto lo que significan los edulcorantes, tanto a nivel de “engaño” al cuerpo, como de daño generado por los productos de síntesis química, de probada toxicidad. Al consumir alimentos edulcorados artificialmente, estamos movilizando mecanismos, como la hipoglucemia, que derivan en ansiedad y mayor consumo de alimentos, tal como vimos en el capítulo anterior.
¿Por qué nos apetecen los dulces? Básicamente porque el azúcar levanta rápidamente el ánimo, a través del incremento de serotonina en el cerebro. Y para activar este circuito de mensajeros hormonales (del cual es parte la insulina) hace falta azúcar. Como los edulcorantes no la proveen, el cuerpo la pide a través de harinas y féculas, en definitiva, distintas formas de azúcar. El reclamo por este tipo de alimentos se hace ostensible, al igual que sus efectos obesogénicos. Pero claro, la gente dice “yo me cuido y uso edulcorantes”.
Un dato que sirve para demostrar que todo esto no es ignorado por la comunidad científica e industrial. En Alemania la sacarina figura en la reglamentación de alimentos autorizados para cría animal como “sustancia estimulante del apetito”, ya que es utilizada como eficaz agente de engorde en la cría de cerdos. Vimos también cómo demostraron en EEUU que la ingesta regular de gaseosas dietéticas incrementa un 67% el riesgo de desarrollar diabetes tipo II y desordenes metabólicos. ¿Piensa seguir con los “saludables” edulcorantes?
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[1] Ver http://www.theecologist.net/files/articulos/29_art1.asp
[2] Respuesta de fase cefálica, del libro “Buen Provecho” de Udo Pollmer
[3] Universidad de Ciencias de la Salud de Texas (EEUU), realizado entre 2000 y 2007, y difundido en Diabetes Care el 16.1.09.
[4] Ver www.elmundo.es/elmundosalud/2008/01/10/medicina/
Extraído del libro "Nutrición Depurativa"
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