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miércoles, 21 de marzo de 2012

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Domingo 05 de febrero de 2012 | Publicado en edición impresa

Perspectiva global
Las fallas del capitalismo explican hasta la obesidad

Por Kenneth Rogoff  | Para LA NACION

   

FRANCFORT.- Las fallas generalizadas y sistemáticas de la regulación representan los problemas evidentes de los que nadie quiere hablar cuando se trata de reformar el capitalismo occidental actual. Sí, se habló mucho de la dañina dinámica política, regulatoria y financiera que originó el ataque cardíaco de la economía global en 2008. Sin embargo, ¿es sólo un problema de la industria financiera o es un ejemplo de una deficiencia más profunda del capitalismo occidental?

Consideremos la industria de los alimentos, por caso, pensemos en la mala influencia que a veces tiene en la nutrición y en la salud. Las tasas de obesidad se disparan en todo el mundo, aunque entre los países más grandes, tal vez el problema es más grave en los Estados Unidos donde aproximadamente una tercera parte de los adultos son obesos (indicado por el índice de masa corporal superior a 30). Lo que es todavía más sorprendente es que uno de cada seis niños y adolescentes son obesos, un porcentaje que se ha triplicado desde 1980.

Hay muchos otros ejemplos en una amplia variedad de productos y servicios en donde se podrían encontrar cuestiones similares. Sin embargo, me quiero enfocar en la relación que hay entre la industria de los alimentos y los problemas más graves del capitalismo contemporáneo (que sin duda ha facilitado el auge de obesidad en todo el mundo), y la razón por la que el sistema político estadounidense le ha dedicado muy poca atención al asunto.

La obesidad afecta la esperanza de vida de muchas maneras, que van desde las enfermedades cardiovasculares hasta algunos tipos de cáncer. Los costos no sólo los asume el individuo sino también la sociedad directamente, a través del sistema de servicios de salud, e indirectamente, mediante la pérdida de productividad, por ejemplo, y mayores costos de transporte (más combustible de avión, asientos más amplios, etc.).


Sin embargo, la epidemia de la obesidad no interrumpe en absoluto el crecimiento. Los alimentos altamente procesados a base de maíz que tienen numerosos aditivos químicos son bien conocidos por ser un importante motor del aumento de peso, pero, desde una perspectiva convencional de contabilidad del crecimiento, son excelentes. Las grandes empresas agrícolas reciben dinero por producir maíz (a menudo subsidiado), y los procesadores de alimentos reciben dinero por añadir toneladas de químicos para crear un producto adictivo e irresistible. Los científicos reciben dinero por encontrar la mezcla exacta de sal, azúcar y químicos para hacer altamente adictiva la comida instantánea más nueva; los anunciantes reciben dinero por promoverla; y al final, la industria de la salud gana fortunas al tratar la enfermedad que inevitablemente se produce.

El capitalismo coronario es fantástico para el mercado bursátil. Los alimentos muy procesados también son buenos para la creación de empleos, incluidos los de alto nivel en las áreas de la investigación, la publicidad y los servicios de salud.

Entonces, ¿quién podría quejarse? Ciertamente no los políticos, que son reelegidos cuando abundan los empleos y los precios de las acciones están a la alza. En los Estados Unidos, los políticos que osaran hablar de las implicaciones de los alimentos procesados para la salud, el medio ambiente o la sustentabilidad, se quedarían en numerosas ocasiones sin financiamiento para sus campañas.

Las fuerzas del mercado alentaron la innovación, que redujo los precios de los alimentos procesados, mientras que los de las frutas y vegetales subieron. Es un punto razonable, pero pasa por alto el fracaso del mercado.

Los consumidores reciben poca información en las escuelas, bibliotecas o campañas de salud; en cambio, los mensajes publicitarios los inundan con información errónea. Dado que en la mayor parte de los países hay pocos recursos para tener una televisión pública de alta calidad, los niños quedan cooptados por los canales que pagan los anunciantes, incluidos los de la industria de alimentos.

Más allá de la desinformación, los productores tienen pocos incentivos para confrontar los costos del daño ambiental que provocan. Igualmente, los consumidores no tienen muchos motivos para asumir los costos de salud relacionados con la elección de sus alimentos. Sería muy grave que nuestros únicos problemas fueran los ataques al corazón que provoca la industria de los alimentos y el fenómeno económico equivalente que facilita la industria financiera. Sin embargo, la dinámica patológica del marco regulatorio, político y económico que caracteriza a estas industrias es mucho más dañina.

El equilibrio entre la soberanía de los consumidores y el paternalismo es delicado. Pero, bien podríamos crear un balance más sano mediante información más efectiva a través de una amplia gama de plataformas para que las personas puedan empezar a tomar decisiones de consumo y políticas mejor fundamentadas.

    33%
    Es el porcentaje de población de los Estados Unidos que padece obesidad, según datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de ese país.

© Project Syndicate, 2012

El autor es profesor de Economía de la Universidad de Harvard y fue economista del FMI