LA PACHAMAMA, EL HUMANO Y EL BUEN VIVR
Este año en el programa de radio uno de los ejes centrales que nos servirán como guía, será el concepto ancestral americano y sobre todo andino denominado el Buen vivir -sumak kawsay- que recientemente ha sido incorporado a las modernas constituciones de Bolivia y Ecuador.
Los pueblos andinos tienen mucho para enseñarnos, el Buen vivir precisamente, no es el vivir mejor materialista de occidente.
Para vivir mejor siempre hay que hacerlo a costa de otros, para seguir con el crecimiento material la naturaleza tiene que sucumbir.
El Buen vivir nos habla de una vida comunitaria de plena cooperación, donde la comunidad tiene un valor supremo por encima de los bienes individuales.
El libro recientemente aparecido del Dr.Eugenio Raúl Zaffaroni, LA PACHAMAMA Y EL HUMANO, es una excelente obra para abordar está temática.
Zaffaroni nos plantea la necesidad de que en este cambio de época, haya un feliz encuentro entre las culturas ancestrales americanas y la cultura occidental que hoy empieza a plantear desde ciertos ámbitos científicos, acádemicos y ciudadanos lo que nuestras civilizaciones del abya yala siempre conocieron.
Estamos a tiempo, pero con -paradójicamente muy poco tiempo- para un cambio profundo que salve a nuestra civilización.
Aquí compartimos a modo de introducción, el noveno capítulo del libro, donde el autor hace un recorrido por esta nueva ética propuesta por ciertos pensadores desde el llamado primer mundo.
La ética derivada de Gaia
No se trata de un ambientalismo dirigido a proteger cotos de caza ni recursos alimentarios escasos para el ser humano, ni tampoco de proteger especies por mero sentimiento de piedad hacia seres menos desarrollados, sino de reconocer obligaciones éticas respecto de ellos, que se derivan de la circunstancia de participar conjuntamente en un todo vivo, de cuya salud dependemos todos, humanos y no humanos. No se trata tampoco de limitar esos derechos a los animales, sino de reconocerlos a las plantas y a los seres microscópicos en tanto formamos parte de un continuo de vida, e incluso a la materia aparentemente inerte, que no es tan inerte como parece.
La ética derivada de la hipótesis Gaia como culminación del reconocimiento de obligaciones desde el ecologismo profundo incluye la del animalismo y la redondea, pues le impide caer en contradicciones acerca de las que algunos animalistas se ven en figurillas: ¿Por qué no considerar que es contrario a la ética animalista que un pescador ponga un gusano vivo como carnada o permita que el pez la engulla y sufra muriendo con el anzuelo clavado? ¿Por qué no extremar las cosas y caminar desnudos cuidando el paso para no pisar hormigas y con tules en la boca para no engullir pequeñas vidas, al estilo jainista radical?
La ética derivada de Gaia no excluye la satisfacción de necesidades vitales, pues la vida es un continuo en que todos sobrevivimos, pero excluye la crueldad por simple comodidad y el abuso superfluo e innecesario. Explica que no es lo mismo sacrificar animales para lucir costosos abrigos que pescar con carnada, y que es preferible hacerlo con carnada que hacerlo con redes y desperdiciar la mitad de los ejemplares recogidos para quedarse con los más valiosos en el mercado.
No puede llamar la atención que la hipótesis Gaia, tributaria de un evolucionismo que retorna y reinterpreta a Darwin –y descarta a Spencer- y que se rige por la regla de constante y mayor complejidad creciente en base a cooperación y simbiosis, haya llamado la atención de autores teístas, precedidos por una fuerte corriente evolucionista, en la que se destacan desde la primera mitad del siglo pasado Bergson y Teilhard de Chardin . Sin duda que esta recepción teológica de la ética de Gaia reavivará viejas polémicas, como la de Jacques Monod y Teilhard, que no hicieron más que reproducir en campo científico la disputa interna del existencialismo (Sartre y Marcel, por ejemplo ).
En definitiva esta disputa -¿programa o azar?- nos lleva a un terreno filosófico y ontológico muy lejano en el pensamiento occidental y que hunde sus raíces en el pensamiento de la India y en su discutida influencia sobre la filosofía griega. Es obvio que el debate queda abierto y reconocemos nuestra incapacidad para abrir cualquier juicio que no sea una mera opinión.
Lo cierto es que este paso se produce con un pensador de nuestra región -por añadidura un teólogo-, que adopta la hipótesis Gaia con particular profundidad en sus obras más recientes: Leonardo Boff . Boff asume la posibilidad –señalada por Lovelock- de que la tierra se sacuda este producto molesto que somos los humanos y que siga su proceso de complejización dando lugar en unos millones de años (que son pocos en su vida) a otro ser inteligente. Hasta recuerda que Theodor Monod -el naturalista francés del Sahara- candidateaba para semejante desarrollo a los cefalópodos del fondo de los mares .
un teólogo-, que adopta la hipótesis Gaia con particular profundidad en sus obras más recientes: Leonardo Boff . Boff asume la posibilidad –señalada por Lovelock- de que la tierra se sacuda este producto molesto que somos los humanos y que siga su proceso de complejización dando lugar en unos millones de años (que son pocos en su vida) a otro ser inteligente. La misma lógica –escribe- que explota clases y somete naciones es la que depreda los ecosistemas y extenúa el planeta Tierra. La Tierra –como sus hijos e hijas empobrecidos- precisa liberación. Todos vivimos oprimidos bajo un paradigma de civilización que nos exiló de la comunidad de vida, que se relaciona con violencia sobre la naturaleza y que nos hace perder la reverencia ante la sacralidad y la majestad del universo . Más adelante, expresamente asume Gaia y precisa su concepto: La Tierra es un organismo vivo, es la Pachamama de nuestros indígenas, la Gaia de los cosmólogos contemporáneos. En una perspectiva evolucionaria, nosotros, seres humanos, nacidos del humus, somos la propia Tierra que llegó a sentir, a pensar, a amar, a venerar y hoy a alarmarse. Tierra y ser humano, somos una única realidad compleja, como bien lo vieron los astronautas desde la Luna o desde sus naves espaciales . También lo hace en otra parte: Nosotros no vivimos sobre la Tierra. Nosotros somos Tierra (“adamah-adam, humus-homo-homem”), parte de la Tierra. Entre los seres vivos e inertes, entre la atmósfera, los océanos, las montañas, la superficie terrestre, la biósfera y la antropósfera, rigen interrelaciones. No hay adición de todas estas partes, sino organicidad entre ellas .
Dejando entre paréntesis la interpretación teológica, creemos que en el futuro será indispensable la cita de Boff por la precisión con que sintetiza Gaia y la situación de la humanidad en el momento actual y en la perspectiva del tiempo geológico. También porque en dos palabras –y al pasar- resalta lo que de modo muy particular y desde nuestra región abre el salto de Gaia al derecho, y nada menos que al derecho constitucional: Gaia es la Pachamama.
Henri Bergson, La evolución creadora, Planeta, 1985; Pierre Teilhard de Chardin, La aparición del hombre, Madrid, 1963; en una línea semejante, Bernard Delgaauw, La historia como progreso, Buenos Aires, 1968.
Al respecto, Fritz Heinemann, Existenzphilosophie lebendig odar tot?, Stuttgart, 1963, págs. 112 y 146.
Cfr. Leonardo Boff, Do iceberg ao Arca de Noé, O nascimento de uma ética planetária, Petrópolis, 2002; también Civilizaçao planetária, Desafios à sociedade e ao Cristianismo, Rio de Janeiro, 2003; y Homem: Sata ou anjo bom?, Rio de Janeiro, 2008.
Do iceberg, cit, págs. 79, 80.
Cfr. Leonardo Boff, Do iceberg ao Arca de Noé, O nascimento de uma ética planetária, Petrópolis, 2002; también Civilizaçao planetária, Desafios à sociedade e ao Cristianismo, Rio de Janeiro, 2003; y Homem: Sata ou anjo bom?, Rio de Janeiro, 2008.
Idem, pág. 91.
Idem, pág. 100.